Ch. 3.10.12
CORVINO (Crnl. PNP (r))
Desde fines de la década de los sesenta los detectives del Perú, nuestros recordados “Tiras” o “Rayas” como acostumbraban llamarlos los ciudadanos de a pie de aquel entonces, tenían una peculiar manera de celebrar sus logros o de relajarse después de una larga jornada profesional: Visitaban los salsódromos, muy de moda en ese entonces (“El Durísimo”, “Los Mundialistas”, “La Fortaleza” y “La Habana”) en la bulliciosa Capital. ( “El Sabroso”, “Don julio” y “el Marino”) en el rico Llauca, y muchos otros escenarios donde a la par que se gozaba con la Salsa dura y los rezagos de la Plena y la Guaracha, bailándolas o simplemente escuchándolas tamborillando los dedos sobre la mesa al son de sus armoniosas y cautivantes melodías, se saboreaba los apetecibles cebiches, los enjundiosos sudados, y el caliente lomo al jugo, bien rociados de las espumantes y fresquísimas cervezas, muchas veces invitadas por anónimos concurrentes que de esa manera congratulaban la fama y la tranquilizante presencia de los señores investigadores, ( o su inquietante cercanía, si el obsequioso parroquiano gustaba de lo ajeno), aquellos de andar seguro, mirada altiva, de terno o guayabera, según la estación, y siempre con su característica cadena de oro que lucían colgadas de la pretina del pantalón en forma de catenaria brillante, asegurando el porta carnet y la plateada placa insignia que muchos admiraban y otros temían; aquella “chapa” que para los delincuentes se convertía a su sola presentación en el crucifijo exorcista de la maldad y la injusticia.
En otras ocasiones, después de una fatigante noche de vigilancias, interrogatorios, incursiones, capturas e incautaciones, y estresados por la constante exposición al peligro, los detectives acudían bajo el matutino manto gris y lluvioso del cielo limeño o el color malva de la hora celeste en tiempos de estío, a reponerse del cansancio y la fatiga degustando los humeantes y exquisitos caldos de gallina donde la “Tía Meche” frente al mercado de frutas de la parada o donde el “Maricón Héctor” en las inmediaciones del mercado pesquero de la Av. San Pablo en la rica Vicky, a pocas cuadras de la emblemática estación PIP de Apolo, o en el original “Huerto Florido” de la vía de Evitamiento; o acaso un reparador caldo de mote con grandes presas del afamado carnero merino en el callejón del “reventao”, en la trístemente célebre calle “La Floral” al pie del cerro el Pino o yendo un poco más lejos donde el “Negro Pizarro” en Comas a potenciar las testosteronas con la fuente de tripulina, plato afrodisiaco hecho a base de criadilla (huevo de toro), y que luego de probado acompañado de una dulzona y energética cervecita negra (malta de preferencia y cusqueña para más añadidura) originaba que el comensal se levantara con cuidado de la mesa para no levantarla con erecciones incómodas por lo inoportunas, pero que le aseguraban, frente a las representantes del bello sexo, un partido ganado por goleada o si hablamos en términos taurinos, una faena con final entre vítores, con rabo y orejas como trofeo.
Estas reuniones alrededor de la buena mesa se amenizaban con comentarios y tomaduras de pelo, entre risas y bromas casi siempre derivadas de las contingencias de las intervenciones policiales (como aquellas veces en que jóvenes colegas, novatos en la técnica de romper la puerta de un inmueble para sorprender al delincuente y evitar su peligrosa reacción, se quedaban con el pie atascado en el panel de ésta, terminando siendo asistidos por el propio intervenido para poder retirarlo del involuntario y peligroso enganche, ante la inicial preocupación de sus colegas que, superada la peligrosa exposición, convertían el accidente en hilarantes anécdotas y motivo de fastidios y bromas para el aprendiz).
Aunque si de ceviches, parihuela y rica salsa se trataba, los sabuesos opinaban que nada mejor que una visita al bravo y viril chim Pum Callao. Allí, las inigualables parihuelas, fuentes de cebiche, jalea mixta y chicharrón de mariscos llegaban a las mesas de concurridas cevicherías y cantinas ante el salivar involuntario de los ansiosos degustantes. Recuerdo a “El Sabroso” de Luchito Rospigliosi y el recordado salón de “Don Julio” de la Av. 2 de Mayo donde no sólo se comía sino que se apreciaba el contorneo de quebradas caderas de afamados bailarines de arrabal y de los otros que no eran machos pero sí muchos.
Los platos exóticos del “Chalaquito” con su exclusivo muchame, los humeantes potajes, bocados de cardenales, en “Núñez” de Corongo, el ”Cherres” del Jr. Vigil, la proverbial cocina del Goyo Cruz en “El Jíbaro”, “La Casita Blanca” de la Av. Contralmirante Mora y la emblemática parihuela que se servía en la pequeña trastienda del “Japonés Miyashiro”, entre los jirones América y Venezuela, a una cuadra de la plaza de los burros, para muchos la primera parihuela que se afincó en el Callao (Recuerdo haberla saboreado allí, con un grupo de amigos, palomillas de barrio, en los inicios de mi adolescencia en los primeros años de la década de los 60); también era de visita obligada, muy temprano, el restaurante de la “china Violeta” Tanaka, que atendía un lomo al jugo, servido en plato hondo, cuyo sabor, de solo recordarlo, aún estimula mis sentidos.
La salsa dura de esos tiempos se escuchaba en “el Marino” de Chacaritas cerca al Obelisco, “el Tropicana” del Jr. Gálvez en la Perla, “los Rosas” del Jr. Constitución, y como no recordar aquellas canciones (verdaderas primicias salseras, con letras llenas de saoco y sabrosura que conquistaron la farándula y el corazón de los limeños y chalacos), que los vaporinos traían de Nueva York y Puerto Rico en grandes bobinas de celuloide, embrujos musicales que al accionarse dejaban escuchar el ondulante ritmo de sus embriagantes melodías, convirtiendo en un verdadero palacio musical la modesta “cantina de Sócrates” en la surrealista barriada de Puerto Nuevo, vecina del viejo muelle de pescadores, convertida hoy en cuna de grafiteros y raperos de calidad.
Los detectives aún no teníamos un club donde relajarnos y compartir nuestros días u horas de descanso con nuestra familia. Pero ya había prohombres que pensaban en prodigarnos estos remansos de paz, de pacífica tertulia y exquisita gastronomía; un lugar propio donde practicar la natación y el deporte de las multitudes en fraternas lides deportivas. Ya se estaba madurando la idea primigenia. Se estaba gestando los inicios de la AOPIP. Nuestros fundadores se reunían para concretar el ineludible y necesario proyecto. Era, a no dudarlo, una tarea titánica, difícil y que demandaría considerables esfuerzos económicos. Espíritus débiles e irresolutos no lo conseguirían; mas allí apareció el corazón de acero, la mente brillante y el desprendimiento generoso de una generación de detectives amante de su institución y de sus hermanos de vocación que no vacilaron en entregar sus esfuerzos y capacidades para cimentar las bases que harían posible la concreción de un sueño….. CONTINUARÁ
Ch. 3.10.12
CORVINO (Crnl. PNP (r))
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